jueves, 17 de abril de 2014

Cat People

La pantera simboliza a aquellos que están en la vanguardia, que avanzan por delante de los demás. Siempre que se ha encontrado con el hombre, la pantera se ha considerado un animal muy inteligente, y también muy agresivo. El Dios Griego Dionisio, eligió a la pantera como su montura favorita, y los sacerdotes de su culto vestían pieles de pantera. El "Libro Egipcio de los Muertos" dice que "las puertas del cielo se abren para el rey fallecido que viste la piel de la pantera". Vestir una piel de pantera era un símbolo de aquel que había trascendido sus deseos más básicos y estaba preparado para acceder a reinos más elevados. La pantera negra siempre ha estado asociada con el misterio, el misticismo y la magia. Su aterciopelado color negro nos sugiere la noche, la luna, la oscuridad primigenia, y la energía que asciende desde las profundidades. En el arte y la leyenda, la pantera negra es un símbolo de la mujer bella y valerosa. Virgen, madre, guerrera, seductora, sacerdotisa y bruja, esta gata muestra su lado femenino en todos sus aspectos. No es de extrañar que este animal se convirtiese en una leyenda viviente, nocturno, capaz de salta y trepar, de nadar y de acechar a sus presas. En América se dice que el jaguar en una ocasión "se tragó el sol", provocando un eclipse, y que su rugido es el sonido del trueno. Los chamanes "tomaban prestado el poder del jaguar" en rituales que les otorgan energía sobrehumana. Entre los Aztecas y los Mayas, el jaguar tenía la capacidad de cambiar de forma, pudiendo adoptar la forma de un ser humano. Para aquellos provistos del poder de "unirse al jaguar" (convirtiéndose en "hombres-jaguar"), el resultado era la liberación de las limitaciones sociales y culturales. Existen muchas leyendas referentes al "hombre-jaguar" y su aterradora ferocidad. En los mitos Griegos, la pantera negra simbolizaba la liberación de los impulsos reprimidos, o la eliminación de las barreras y las inhibiciones.


 

sábado, 5 de abril de 2014

Adelina

      De Adelina V. Esteban Blancalana


      Los días prefieren el agua. Parecía que los
      almeces nunca despertarían o que los tarayes
      no volverían a mover las plumas, pero el ciclo
      de la vehemencia regresa. Eliot tiene razón, 
      y lo que  esperábamos ansiosamente ha de brillar y,
      al siguiente parpadeo, viajar a otro hemisferio.
      Abril es un mes cruel, si, y no tanto por lo que
      se quedará bajo tierra sin florecer: el ansia de
      brotar hacia la esperanza nos agotará, defraudados
      ante la indiferencia de la primavera. Pero
      está bien que el agua arrastre los troncos del invierno
      y está bien que temblemos por la avidez,
      a la manera del hambre inicial de los besos. Ya
      llegarán los días de la conformidad. Si el exceso
      nos contagia y nos convertimos en secretos animales
      será porque, por suerte, nunca dejamos
      de serlo.