Fragmento de Fahrenheit 451
No se puede construir una
casa sin clavos en la madera. Si no quieres que un hombre se sienta
políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión,
para preocuparle; enséñale sólo uno. o, mejor aún, no le des ninguno. Haz que
olvide que existe una cosa llamada guerra. Si el Gobierno es poco eficiente,
excesivamente intelectual o aficionado a aumentar los impuestos, mejor es que
sea todo eso que no que la gente se preocupe por ello. Tranquilidad, Montag.
Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones
más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo
lowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima
tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a
información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la
impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos de
esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía
o Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se encuentra la
melancolía. Cualquier hombre que pueda desmontar un mural de televisión y
volver a armarlo luego, y, en la actualidad, la mayoría de los hombres pueden
hacerlo, es más feliz que cualquier otro que trata de medir, calibrar y sopesar
el Universo, que no puede ser medido ni sopesado sin que un hombre se sienta
bestial y solitario. Lo sé, lo he intentado ¡Al diablo con ello! Así, pues,
adelante con los clubs las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, los
coches a reacción, las bicicletas helicópteros, el sexo y las drogas, más de
todo lo que esté relacionado con reflejos automáticos. Si el drama es malo, si
la película no dice nada, si la comedia carece de sentido, dame una inyección
de teramina. Me parecerá que reacciono con la obra, cuando sólo se trata de una
reacción táctil a las vibraciones. Pero no me importa. Prefiero un
entretenimiento completo.
Fragmento de Crónicas marcianas
Esta noche había en el aire
un olor a tiempo. Tomás sonrió. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo,
los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una
cueva, y una voz muy triste y unas gotas sucias que caen sobre cajas vacías y
un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el tiempo? A la nieve que cae
calladamente en una habitación oscura, a una película muda en un cine muy
viejo, a cien millones de rostros que descienden como esos globitos de Año
Nuevo, que descienden y descienden en la nada. Eso era el tiempo, su sonido, su
olor. Y esta noche (y Tomás sacó una mano fuera de la camioneta), esta noche
casi se podía tocar el tiempo.
Fragmento de De la ceniza volverás
Nadie podía decir lo
que las brisas y los vientos suspiraban y murmuraban mientras sacudían las
míseras tejas, excepto Cecy, que había llegado un poco después que la gata para
convertirse en la más bella y la más especial de las hijas de la Familia –que
se instalaría en el lugar–, con su talento para llegar a los oídos de la gente,
de allí al interior de las mentes y de allí a los sueños; Cecy se estiró en las
arenas del antiguo jardín japonés y dejó que las pequeñas dunas la mecieran,
mientras el viento jugaba con el techo. Allí oyó los lenguajes del clima y de
lejanos lugares y supo, por un lado, lo que pasaba más allá de la colina, o del
mar, y por el otro, de un mar más lejano que tenía la edad del hielo antiguo,
que soplaba desde el norte, y el eterno verano que respiraba suavemente desde
el Golfo y la selva del Amazonas.
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