Los días prefieren el agua. Parecía que los
almeces nunca despertarían o que los tarayes
no volverían a mover las plumas, pero el ciclo
de la vehemencia regresa. Eliot tiene razón,
y lo que esperábamos ansiosamente ha de brillar y,
al siguiente parpadeo, viajar a otro hemisferio.
Abril es un mes cruel, si, y no tanto por lo que
se quedará bajo tierra sin florecer: el ansia de
brotar hacia la esperanza nos agotará, defraudados
ante la indiferencia de la primavera. Pero
está bien que el agua arrastre los troncos del invierno
y está bien que temblemos por la avidez,
a la manera del hambre inicial de los besos. Ya
llegarán los días de la conformidad. Si el exceso
nos contagia y nos convertimos en secretos animales
será porque, por suerte, nunca dejamos
de serlo.
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