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lunes, 19 de marzo de 2018
sábado, 3 de marzo de 2018
Del libro que estoy releyendo:
Diario de las damas de la corte Heian
(Una gata especial)
Una noche del quinto mes, mientras estaba leyendo una
novela, oí el maullido de un gato. Me di la vuelta y vi una gata preciosa.
—¿De dónde ha salido? —pregunté.
—No se lo digas a nadie —dijo mi hermana, imponiéndole
silencio—. Es una gata muy bonita y pienso quedármela.
La gata era muy afectuosa y no se apartaba de nosotras.
Temiendo que alguien pudiera estar buscándola, la guardamos en secreto. El
animal no se mezclaba con la servidumbre, y se sentaba siempre con nosotras. Si
la comida que se le servía no estaba lo bastante limpia, apartaba la cara con
disgusto, y nosotras no nos hartábamos de mimarla y acariciarla.
Cierto día mi hermana cayó enferma y toda la familia se
alarmó mucho. Llevaron a la gata a unos aposentos que daban al norte,
y no la visitamos durante semanas. El animal gritaba como regañándonos, pero yo
preferí ignorarla y no me acerqué a verla.
Una noche mi hermana despertó de repente y me dijo:
—¿Dónde está la gata? Tráela en seguida.
Pregunté a mi hermana la razón de tanta premura, y me
dijo:
—Nuestra gata se me ha aparecido en sueños y me ha
dicho, llorando amargamente:
«Yo soy la reencarnación de la honorable hija difunta
del primer consejero imperial…
La razón de toda esta historia es la siguiente: tu
hermana siempre pensó en mí con enorme cariño, de manera que decidí ir a vivir
con vosotras, pero ahora me habéis encerrado con los criados. ¡Me siento tan
mal!». Parecía un espíritu noble y sensible, y al despertar lo primero que oí
fue un terrible maullido. ¡Qué pena!
El caso me conmovió y a partir de entonces no volví a
enviar a la gata a los aposentos del norte, sino que la cuidé con el máximo
cariño. Una vez que yo estaba sola, se presentó y se me sentó delante. Acariciándole
la cabeza, le hablé así:
—¿Es verdad que eres la honorable hija del primer
consejero? Quiero que tu padre lo sepa…
La gata me miró a los ojos y maulló, alargando mucho
los sonidos. Tal vez sea una fantasía mía, pero al mirarla me pareció que
no era una gata corriente. Parecía entender
mis palabras y la compadecí profundamente.
Por aquel entonces llegó a mis oídos que cierta persona
tenía en su biblioteca el Chogonka, traducido del original
chino de Li Tai Po. Me apetecía mucho pedirlo prestado, pero, por mi timidez, no me atrevía.
El día siete del mes séptimo
hallé un modo de enviar mi solicitud por medio de
este poema:
Ésta es la noche en que, en tiempos remotos,
el Boyero se embarcó para reunirse con la Tejedora.
En memoria de ellos, las olas crecen en el Río Celeste.
Así crece también en mi pecho el deseo
de tener el famoso libro entre mis manos.
He aquí la respuesta:
Las estrellas divinas se encuentran en la ribera
del Río Celeste.
Al igual que ellas, mi corazón se halla en éxtasis
y ha olvidado asuntos más graves de la vida cotidiana
desde que recibiera tu mensaje nocturno.
El día trece del mismo mes la luna brilló con
resplandor excepcional, y los rincones más extremos del cielo se iluminaron.
Era medianoche y todos dormían profundamente. Sólo nosotras dos estábamos en la
galería. Mi hermana, que estaba contemplando el cielo pensativamente, dijo:
—Si yo desapareciera volando, sin dejar traza alguna
detrás de mí, ¿qué pensarías de ello?
Vio que sus palabras me sorprendían, y pasó a hablar de
otros temas hasta hacerme reír. De pronto oí un carruaje que se acercaba a la
puerta de la casa precedido por un escolta que gritaba: «Ogi no ha! Ogi no
ha!», pero nadie le respondió. El hombre repitió su grito hasta cansarse, y
luego se puso a tocar una melodía muy hermosa en su flauta hasta que se marchó.
Dirigiéndome a mi hermana, improvisé:
—Música nocturna
de flauta, suspirando
las notas de Viento de otoño…
¿Por qué la «hoja de caña»
se ha negado a contestar?
Lancé el poema a mi hermana como un reto, y ella me
contestó, improvisando a su vez:
—¡Ay! Me temo que el músico
dejó de tocar demasiado pronto…
¡Corazón ligero!
El aire no esperó
a que la «hoja de caña» contestara.
Seguimos sentadas juntas, contemplando el firmamento, y
nos acostamos al alba.
Una noche del cuarto mes se declaró un incendio, y la
gata que habíamos estado tratando como la hija del primer consejero imperial
murió en él. Se había acostumbrado a acercarse maullando en cuanto yo la
llamaba por el nombre de esta dama. Mi padre dijo que revelaría la historia al
primer consejero pues se trataba de algo muy extraño y conmovedor. Sentí muchísimo
su muerte.
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