Para saber más sobre Carlos Morales
JERUSALÉN
Cada vez que pienso en Jerusalén,
recuerdo el barro que nunca esculpí
con una mujer dentro
colgada de la luz,
apoyada en la luz,
penetrando en la luz de la mañana.
Y me pregunto
qué sería de las cúpulas doradas del dolor
si, en medio de la noche,
los dioses advirtieran el rumor
-por un instante-
de sus ágiles sandalias al costado.
Y me pregunto qué sería del miedo
si –por un instante sólo–
sus angeles cegaron los címbalos de guerra en la negrura
y atentos escucharon a su espalda
el roce de su túnica al caer,
así,
sobre la arena...
Oh, amigos, arriad la ira de vuestros caballos,
arrojad al río los tambores de combate
y dejad que las flores extiendan sus cantos sobre vuestro pelo
para mojarlo luego con el arpa del manso Kenereth,
pues sabed que tengo cosidos en los ojos los vientos de su boca,
la boca que me arrastra -vencido- sobre el viento
y arrodilla las salmodias de los santuarios de la muerte
porque quiere encender las candelas de mi corazón,
y no lo sabe...
Ay, amigos que habitáis en mi estrechura,
he ahí alzando su hermosura sobre Jerusalén
el barro que un día retuve tuve entre mis manos,
el barro con yesca que no pude esculpir
porque abrasaba.
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