viernes, 17 de septiembre de 2010

Gelman


Juan Gelman, una mirada extraordinaria


El atado

Escribir sin contar es como vivir sin vida. Las palabras serán inocentes, pero no su relación. El contador traza una columna del "debe" y otra del "haber" y en la última anota los silencios que supo conseguir. Con las caras de una palabra quisiera hacer piedras y mirarlas todas hasta el fin de mis días. Esas caras siempre tienen otras fugitivas de la boca. Morder la piedra, entonces, es la tarea del poeta, hasta que sangren las encías de la noche. En esa noche navegará sin rumbo fijo, desconfiado de todo, en especial de sí, mirando espejos que cantan como sirenas que no existen. El poeta se atará al palo mayor de su ignorancia para no caer en sí mismo, sino en otro país de aventura mayor, muerto de miedo y vivo de esperanza. Sólo el dolor lo unirá muertovivo al vacío lleno de rostros y verá que ninguno es el suyo. Y todos serán libres.


Músicas

Narciso tenía hambre, miró

las aguas para ver si hay peces

y se encontró con él.

Este accidente de la historia

cuesta mundos a los pobres mortales.

Tienen hambre de sí mismos, pero en verdad

nunca se miran a sí mismos, son mirados y de ahí

viene la costumbre de

devorarnos bajo

un sí mismo sostenido mayor.


Fugas

La velocidad de la palabra no es

la velocidad de la sangre y no sé

quién traiciona a quién. ¿Cómo

se encima el horizonte

a la palabra cuándo, a su

cortejo de esperas que todo cambiarán?

La noche cae y se consuela,

pero caer no es un consuelo para mí.

Estoy parado en el espanto

mientras cantan los rostros del día y

no sé quién miente, ellos o yo. Al fondo pasa

el animal que huye

a gran velocidad.


Fierros

Una piel provoca el choque del universo

consigo mismo. Hasta donde da

el universo del deseo, más grande

que el universo. Pero yo,

viendo la piel que continúa

a mi hijo, todo lo que se diga, pienso,

es humo y no hay hoguera. Hay

lo que ardió en un instante, hay

agujeros con fierros que

tienen mirada de pájaro.

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