sábado, 16 de marzo de 2013

Dos entrevistas a Roberto Calasso ( no me canso)


"Los dioses pueden no ser percibidos, pero son pacientes; y esperan"
MERCEDES MONMANY

El grandísimo escritor y voraz lector que fue Leonardo Sciascia definió en su día a Roberto Calasso como “uno de los pocos escritores de raza que tenemos”. Intelectual y lector enciclopédico de difícil clasificación que ha ido conformando una de las mayores empresas literarias de nuestra época, la extraordinaria arquitectura especulativa, la tremenda disparidad de inspiración, su gusto por el estudio de lo maravilloso y de la inagotable riqueza de las mitologías fundadoras, así como el tratamiento nada convencional aplicado a sus apasionantes ensayos hacen aparecer a Roberto Calasso como una rara avis, como una mezcla sumamente original, nada rutinaria, de erudición y experimentación literaria. Un denso y constante cruce de caminos y senderos que, libro tras libro, nunca deja de sorprender. Su talento y fascinación por “la analogía universal”, por las correspondencias infinitas y la tremenda intuición y el perforante sentido poético empeñado en conectar hechos, imágenes, líneas estéticas, pensamiento, religiones y textos de lo más diverso junto a actores principales de la Historia, no tiene un paragón conocido en nuestros días.
Saltando de la crítica literaria y de arte al ensayo filosófico e histórico, la obra de Calasso, con libros que lo han hecho célebre internacionalmente como La ruina de Kasch, Las bodas de Cadmo y Harmonía, La literatura y los dioses, El rosa Tiepolo o La Folie Baudelaire, y con temas sumamente variables que van desde la mitología griega, la Revolución Francesa, la Viena finisecular y de comienzos del XX, Kafka, los Vedas y la espiritualidad india o los frescos de Tiepolo hasta Baudelaire y el París de fin del XIX —por citar solo algunos—, como se ha dicho alguna vez, no es la de un novelista ni la de un teórico sino la de un auténtico narrador. Un hipnotizante contador de historias a la antigua, con la tensión y falta de centro único de la modernidad. Del mismo modo, y muy posiblemente, su público y lectores potenciales saltan de un segmento a otro: desde los amantes de la literatura, de la historia de las religiones y la filosofía, a los eruditos del arte que huyen de los clichés habituales en este tipo de estudios.
¿A quién podría decirse que van dirigidos sus libros de origen múltiple y mestizo?
Todo lo que he escrito se dirige to whom it may concern, como dice —con una bella concisión— la lengua inglesa.
¿Existía un plan previo cuando comenzó a publicar, unos lazos subterráneos, vasos comunicantes, enlazamientos de temas o impulsos creativos —de esos que usted es tan aficionado a conectar en sus obras—, u obedeció un poco al azar de cada momento?
Cuando empecé a escribir La ruina de Kasch, existía un plan, pero estaba equivocado. Creía que se trataría de tres libros. Ahora, treinta años después, los libros publicados son siete y estoy trabajando en el octavo. En todo este tiempo, una cosa creo haber aprendido: a no hacer demasiados planes.
En el último título aparecido en nuestro país, La Folie Baudelaire, aparte de los cientos de personajes que se suelen dar cita habitualmente en sus libros, hay dos protagonistas por encima de todos, Baudelaire y París. ¿Cree usted que sigue habiendo hoy día metrópolis o centros mágicos capaces de resumir épocas extraordinarias, guiadas a su vez por inusuales personalidades, artistas y creadores de todos los géneros?
El último centro simbólico y magnético del que he escrito y que he reconocido como tal es el Palais Royal, en París, en los años que giran en torno a la Revolución Francesa. No me parece que se haya repetido tal condensación de formas y significados, si no es en un sueño: precisamente es el sueño del burdel-museo, que se halla en el centro de La Folie Baudelaire.
¿Dónde se puede percibir hoy, en la autosuficiencia, autorregulada y autorreferencial, de la sociedad actual, la necesidad de los dioses?
Prefiero utilizar la palabra mito en el sentido de los antiguos griegos, que la relacionaban con las historias de los dioses y los héroes. Otra utilización me parece un abuso, más o menos grave. En cuanto a los dioses, pueden también no ser percibidos. Pero son pacientes; y esperan. Tienen otras cosas que hacer.
Resistir a la agresión de las ideas: no existe mejor salvoconducto para quien quiera atravesar el umbral de toda la literatura del siglo XX”, dice usted en La Folie Baudelaire. Todo ello es formulado —según usted cuenta— en una velada donde Degas “ayudó a Mallarmé a formular esa frase capital”. ¿Puede explicarla algo más?
Como sucede a menudo con Mallarmé, es una frase que, en primer lugar, se contempla a sí misma. Creo que su sobreentendido insinúa la posibilidad de una literatura que huye de una visión de la realidad conceptualizada y categorizada más que percibida. Toda la poesía de Mallarmé va en esa dirección.
De todos los pintores de la Historia, de todos los que usted ha amado y conoce hasta el más mínimo, secreto e invisible detalle, como se percibe en cualquiera de sus libros, ¿por qué Tiepolo? ¿Qué le llevó a dedicarle un ensayo monográfico?
Todo empezó cuando vi, hace mucho, la secuencia de los grabados de los Capricci y de los Scherzi. Me pareció que se trataba de enigmas generalmente ignorados por la historia del arte. Y alrededor de aquellos enigmas acabó por construirse, cuarenta años después, ese libro.


Segunda entrevista:

1 comentario:

Blanca Andreu dijo...

Calasso. Uffff. Pregunta a las mujeres que han tenido la mala suerte de tropezarse con él lo que opinan de Calasso. " El sacrificio ( del otro) es necesario" dice en la Ruina del Kash. A ver cuándo lo sacrifican a él, que ya va siendo hora de que el Metoo llegue a Italia y a este pájaro se le caigan los cuatro pelos que le quedan.